Relato: El origen de la religión BukDista

De cómo nació la religión BukDista

"Este relato fue escrito tras un empacho de Terry Pratchet"


MakamRa BukDa era un orko como otro cualquiera. El nombre de su raza ha sido dado por los humanos por su parecido a los orcos de los libros de fantasía del siglo XX de la era cristiana, basados en el Señor de Los Anillos de Tolkien y en otras obras. Pero esta raza poco tiene que ver con ellos, más que su retorcida fealdad, su crueldad y su estupidez. Esta nueva raza alienígena se diferencia, por lo demás, en mucho a dichas referencias literarias. Estas criaturas de mandíbulas desproporcionadas, cráneos minúsculos y piel verde poseen, entre otras cosas, la cualidad de regenerar sus miembros como si de un reptil se tratara, lo que les ha llevado a tomarse la guerra con bastante sentido del humor. Pero esos detalles los dejamos para los antropólogos alienigenistas que estén interesados…
Como íbamos diciendo, BukDa había nacido en una tribu del clan Sol Malvado, y un día pensó. Si, pensó. No pensó nada especial, sólo Pensó. Y se dio cuenta de que todos los orkos se dirigían a la batalla para divertirse, y se destrozaban entre ellos. Un día antes no había reparado en ese detalle, pero... ¿qué ocurría después de la diversión? ¿Se acabó todo? Porque sus restos dejaban de moverse, ¿y qué hay de divertido en eso?
Fue a preguntar al anciano estrambótico de su tribu, y éste se quedó bloqueado. Nunca se había planteado la cuestión. Al fin dijo: “la diversión se la ha quedado Gorko y Morko”
¿Así que un orko consta de dos partes, la de las tripas, y la de la diversión...? Y ésta última se la llevan los dioses, a quién sabe dónde... ¡Quiero encontrar la diversión de todos los orkos que la han perdido en la batalla!.
Cogió su hacha de guerra y se dispuso a asestarse un golpe que le dividiera el cerebro en cuatro, pero justo cuando fue a hacerlo volvió a pensar...
¿Hace falta morir para ir a donde Gorko y Morko se llevan la diversión? ¿No habrá algún sitio donde los dioses los metan? Volvió a preguntar, pero esta vez, a la vista de que más de una pregunta ya es molesta para un orko, el anciano estrambótico le cogió del cuello y le dio un puntapié que le incrustó en la boca del cañón de un dreadnought. Los orkos que vieron la escena se partieron de risa durante horas hasta acabar rendidos, mientras MakamRa consiguió desentaponarse e irse de ahí cubierto de vergüenza.
Desde aquel entonces BukDa fue el hazmerreír de su tribu, pues se volvió melancólico y despistado, y estuvo a punto de acabar aplastado por algún que otro carro de combate.

Un día decidió partir solo en busca de aquel lugar donde residían Gorko y Morko. Vagó por el mundo preguntando a todos los estrambóticos sabios, pero cada cual le echaba de su choza de manera más brusca. Eso le llevó finalmente a dejar a todos sus semejantes y aislarse en lo alto de una gran roca. Allí se sentó cruzando las piernas y se quedó mucho tiempo pensando. Comenzó a sentir como la roca se erosionaba alrededor suyo. El viento le susurraba que se moviera, pero BukDa ya no deseaba moverse. No tenía a ningún sitio donde ir. Cerró los ojos, y sin saberlo, fue perdiendo la percepción de todo aquello que le rodeaba, y se sumió en un sueño de estrellas, colores y formas disformes.

-“ Hijo mío, ¿porqué no vuelves con los tuyos?”-
-“ Porque ya no les entiendo”-
-“ ¿Y qué vas a hacer ahora?”-
-“ No sé. Nada”-
-“ ¿Y no te parece aburrido?”-
-“ No, me siento muy bien”-
-“ Vaya. Pues es la primera vez que un orko se lo pasa bien sin hacer nada.”-
-“ Será que no soy un orko como los demás”-
-“ Si ya, eso dicen todos... Bueno, la verdad es que en este caso es verdad”-
-“ ¿Quién eres?”-
-“ ¿Yo?... bueno, los orkos me llaman Morko. Soy, junto a Gorko, los dos únicos Sesudos que quedan en el universo. Nosotros os hicímos a nuestra imagen y semejanza, aunque aún no llego a comprender en qué fallamos... debió ser un desequilibrio en la zona occipital... o en el pleistoiceo subliminal...”-
-“ Si, ya, bueno... La cagásteis, ¿No?”-
-“ Más bien sí, aunque pensándolo bien nos lo pasamos muy bien haciéndoos y deshaciéndoos hasta que nos cansamos. Luego un tal Dios nos copió la idea y creó a los humanos, y después, viendo el éxito obtenido, otros dioses hicieron sus propias creaciones y las esparcieron por el universo.”-
-“ Ah. Por cierto, acabo de recordar que andaba buscándoos a tí y a Gorko”-
-“ ¿Para qué?”-
-“ Para saber dónde iba la felicidad de los orkos una vez despedazados”-
-“ Ah, bueno. Creía que era para algo más importante... Pues, hijo mío, es una larga historia. Veamos. Resulta que lo que os mantiene vivos, a parte de la cerveza de pellejos de snortling, es la Energía Universal, que en realidad forma parte de todo y está en todas partes. Cuando naces, una parte de esa energía te es prestada, y la devuelves cuando mueres. La Felicidad es la sensación que obtienes cuando gastas un poquito de esa energía en algo divertido, como matar eldars, aunque no es la única manera de ser feliz. Hay una forma que no consume energía, y es amando a todo lo que te rodea, entrar en armonía con la energía que flota junto a tí, formar parte de ella... algo así como lo que has hecho tú.”-
-“ ¿De verdad lo he hecho?”-
-“ Sí. ¿Acaso estás triste o aburrido?”-
-“ No”-
-“ Además. Has estado tanto tiempo ahí sentado que has ido a formar parte de la piedra en la que te has sentado.”-
-“ ¿Qué?”- e intentó buscar sus brazos, sus piernas... pero, no las encontró, no las sentía. Ni siquiera pudo abrir los ojos, ni la boca para gritar. No pudo hacer nada. Sólo pensar.
-“ No lo intentes, es inútil. Tú ya no formas parte del mundo material. Ahora eres sólo mente. Como yo. La única diferencia es que yo puedo estar en cualquier lado donde un solo orko piense en mí, y tu no, porque nadie se acuerda de ti ¿no es así?”-
-“ ... “-
-“ Veamos, si consiguieses acordarte de alguien que pudiese acordarse de ti, podríamos hacer un intento”-
-“ No sé... se me ocurre alguno, pero no creo que me tuvieran en mucha estima”-
-“ mmm... bueno, tendré que echarte una mano. A ver, a ver... Se me ocurre que podría provocar una “revelación” a algún orko despistado, y que ello le mostrase El Camino hacia el lugar donde reposa tu antiguo cuerpo.”-
-“ ¿Y cómo lo vas a hacer?”-
-“ De la única manera que entiende un orko. Ya verás”- Morko concibió una gran roca y en ella plasmó unos rayajos que sólo una mente estúpida podría confundir con un mapa. A continuación la alzó y la dejó caer. El pedrusco se perdió en el infinito. Morko se agachó y puso su mano en la oreja esperando oír el momento en el que llegase a su destino (la postura es ficticia, en realidad no existe, pero a los humanos hay que describírselo de manera que lo entiendan).
-“ Ay “ sonó, muy, muy a lo lejos, por ahí abajo...

El pobre Gormaz era un buen guerrero. Poseía varias docenas de cráneos de los más variados tamaños. Vaya forma más estúpida de morir se diría a sí mismo. Pero lo que dijeron los que estaban alrededor fue:
-“ Ez un menzaje de Gorko, o de Morko”-
-“ Parece un mapa que noz conducirá a un tezoro”-
-“ Eztúpido, ez un mapa, pero no noz llevará a un tezoro. Zi ez un menzaje de Gorko o de Morko tiene que zer algo máz importante.”-
-“ ¿Comida?”- y tras esto recibió un puñetazo.
-“ Zea lo que zea, deberíamoz ir cuanto antez”-
-“ Zi”- dijeron todas las rudas voces al unísono, aunque eso de “unísono” no sería la palabra más adecuada.
Todos cogieron sus petates y las armas, y se dispusieron a comenzar la marcha. Anduvieron cientos de días y noches sin descanso. Hubo bajas, pues el peso de la gran roca hacía que algunos orkos cayesen fulminados, bien por el agotamiento, o la descoordinación de los que la llevaban. También hubo enfrentamientos sobre si estaban siguiendo la ruta correcta o la contraria, y el número de orkos fue disminuyendo paulatinamente. Lo peor fue la subida de la montaña donde se hallaba la Roca de BudKa; tuvieron que bajar “muchaz” (más de seis) veces a por la roca tras caérseles otras tantas veces. Finalmente vieron la roca, con una protuberancia encima que parecía un orko sentado.
-“ ¿Habéiz vizto ezo?”-
-“ Zi. Vayamoz a ver”- los pocos orkos que quedaban, menos de varias veces muchoz, se acercaron hasta la base de la redonda y enorme piedra. El jefe de los que habían llegado sanos (que por supuesto no había tenido que llevar la piedra), se dispuso a escalar la roca. Cuando estaba llegando a la cima, reconoció la cara del pasmarote que estaba delante de él.
-“ Pero zi ez el idiota de MakamRa BukDa, el ecztúpido que un día le dio por ponerze a preguntar por Gorko y Morko, y quería ir a verles... jua, jua, ju...”- y su tercer “jua” se vió interrumpido por un enorme pedrusco que rebotó sobre él, dejando una mancha verde sobre la lisa (ahora más) piedra.

El resto de los presentes no dijo nada. Sólo alguno se atrevió a... no, pensar sería demasiado... digamos que sólo alguno “supo” que el jefe había insultado a MakamRa BukDa, y éste le castigó aplastándole delante suyo y de todos los demás orkos.
Ante tal muestra de poder, todos se pusieron de rodillas y comenzaron a pedir clemencia a BukDa, agachándose y levantándose y diciendo “Oh MakamRa BukDa poderozo que tienez el poder de Gorko y de Morko perdónanoz por todos los inzultos y humillazionez que te hemoz hecho Oh MakamRa BukDa estamoz a tus órdenez para hacer lo que tú dezeez Oh MakamRa BukDa no noz aplaztez como al vil jefe que ya no zirve para jefe porque eztá eztampado frente a ti Oh MakamRa BukDa tú que...” y así estuvieron un rato hasta que las voces fueron disminuyendo y finalmente se acabaron, dudando sobre si ello levantaría la ira de BukDa. No pasó nada. Los orkos miraban la figura de BukDa y vieron que no se movía. Ningún orko era capaz de quedarse quieto ni un minuto, siempre había algo que rascar o hurgar, o al menos bostezar. Ninguno se atrevió a aburrirse, y se mantuvieron bastante tiempo esperando alguna reacción de Akel Que Pozée El Poder De Gorko Y De Morko.
Al fin uno de los presentes se dio la vuelta tan sigilosamente como es capaz un orko, y salió corriendo en dirección contraria a BukDa. El resto esperó oír un ¡Ay! con pronunciación “plana”, pero no hubo tal. Dándose cuenta de que había logrado huir, todos se miraron de reojo e hicieron lo mismo después de asegurarse de que nada caía desde el cielo.

Esa noche, cuando estuvieron tan lejos como creyeron oportuno, se detuvieron a discutir. Alguno llegó a decir que MakamRa BukDa podía haber encontrado lo que buscaba. Esa teoría fue rápidamente rechazada por la razón orka, pues si la había encontrado y estaba sentado encima de esa roca y ellos no la habían visto, no podía haberla encontrado. Sin darse cuenta, la discusión empezó a ir por derroteros cada vez más profundos, tan profundos como ningún orko había llegado nunca antes. Los que perdían el hilo de la conversación se veían de repente en medio de términos ininteligibles y expresiones demasiado biensonantes como para salir de la boca de un orko, y decidían darse la vuelta y abandonar la charla.

A la mañana siguiente sólo quedaban seis orkos absortos en su trascendental conversación. En las últimas horas el tono había disminuido hasta una tesitura sosegada y cordial. Se habían sentado con las piernas cruzadas y se cedían la palabra para recibir la opinión de sus compatriotas. El resto ya hacía rato que se habían ido de vuelta a casa aburridos y hambrientos.
Llegado un punto en el que los seis tertulianos llegaron a la misma conclusión: MakamRa BukDa se había convertido en un dios como Gorko y Morko, y todo gracias a hacerse preguntas y a dudar, y a aprender el sabio arte de aburrirse pensando. Desde ese momento ellos serían los mensajeros de BukDa, y sus pasos serían seguidos por ellos y por todo aquel que quisiera unirse al Aburrimiento Universal. Una vez dominado ese arte, las rocas podrían ser controladas a voluntad, y hacerlas caer sobre sus enemigos.

Dicho aquello, en lenguaje orko, por supuesto, los seis súbditos de BukDa se levantaron y se dirigieron hacia donde MakamRa descansaba. La roca había tomado un color anaranjado, y como BukDa se había convertido en piedra, los seis orkos pensaron que debían vestirse de naranja. Viajaron al mercado más cercano, pero no había ropa naranja, sólo sábanas traídas de algún botín. Se hicieron “amablemente” con ellas (su dueño no tuvo tiempo de quejarse) y volvieron a La Roca. Escalaron y se sentaron junto a MakamRa, imitando su postura. Pasó la noche y volvió la mañana, y la situación no parecía muy divertida.

Algo descendió desde el cielo, pero, afortunadamente no era un grupo de rocas aplastantes, sino naves venidas del espacio. Parecían transbordadores del Imperio humano. Se dirigían hacia el pueblo orko cercano, donde un día antes los seis orkos adquirieron las sábanas naranjas, y lo bombardearon, llegando el sonido de las explosiones hasta donde los seis orkos intentaban aburrirse. Hicieron un esfuerzo por no pensar en nada, pero finalmente uno de ellos, Kamuz, se levantó y rugió con un puño en alto, desafiante:
-“Ezoz humanos, no hazen máz que hazer ruido. No noz dejan conzentrarnos en nuestro aburrimiento. Hay que acabar con elloz” A los demás no les sonó mal aquello. Al fin habían encontrado una excusa para divertirse sin contradecir su nueva filosofía: “para alcanzar el sumo aburrimiento, hay que acabar con todos los ruidos del universo”. Se levantaron con cara de decir “aquí eztamoz”, y se dirigieron hacia el lugar del asalto. Cogieron unas piedras del suelo como único arma. Uno de ellos, sin darse cuenta, agarró una roca que estaba apoyada sobre La Roca de BudKa.

Tras arrasar el poblado, las naves aterrizaron en posición triangular (eran seis naves, como pudieron contar los poquísimos supervivientes, pues si hubiesen sido más no podrían haberlos contado). Los marines descendieron de las naves con sus servoarmaduras y bolters, acabando con los pobres orkos que gemían de dolor bajo los escombros.

Nuestros seis orkos descendían enfurecidos hacia el poblado, cuando casi al llegar a él, comenzaron a sentir un temblor detrás suyo. Se giraron y vieron, con los ojos salidos de sus órbitas, cómo la roca donde habían estado sentado ellos y MakamRa BukDa se precipitaba dando vueltas hacia el poblado orko. Los seis gritaron y empezaron a correr delante de la gran mole.

Algunos marines, los que no estaban descuartizando supervivientes, vieron la piedra rodante que iba en su dirección y apenas se percataron de los seis orkos. Uno de los humanos transmitió al resto del grupo de asalto que se retiraran a las naves rápidamente. Había que salir de ahí. Aturdidos por las prisas, los marines se metieron en sus naves y los pilotos comenzaron a poner en marcha las turbinas. Los marines retrasados pudieron ver, mientras se dirigían a sus naves, a seis orkos sujetándose unas sábanas naranjas como si fuera la única ropa que llevasen en ese momento. Al menos murieron felices, pues su carcajada quedó plasmada para la eternidad por una enorme piedra casi redonda que pasó por encima de ellos. La primera nave del triángulo recibió, apenas pudo separarse del suelo, un impacto de lleno. La inercia hizo que ésta chocase con las dos siguientes, y éstas, sucesivamente, a las otras tres. Los impactos causaron que los reactores que estaban en marcha detonaran los depósitos de combustible que se habían abierto por el impacto, y en un par de minutos el silencio volvió a reinar en el pueblo orko... bueno, en lo que quedaba de él.

-¿Ké ha zido ezo?- dijo al fin un pobre orko que arrastraba con un brazo el resto de su cuerpo.

Los seis orkos volvieron lentamente sobre sus pasos para contemplar la obra de BukDa. Él había eliminado a los humanos y a sus naves, y a su ruido con ellos, con su enorme poder.
-Alabado zea BukDa - corearon los seis al tiempo que hacían la reverencia oportuna.
-¿Kién ez eze BukDa? - preguntó mientras agonizaba el herido.
-Ez nuestro zalvador, el que ha de guiar nueztroz pazoz hazia la Paz Univerzal.
-Ah ¿Y él ha hecho ezto?-
-Zi. Él ez ahora dioz como Gorko y Morko, y noz ha enzeñado a penzar-
-¿A penzar? Ezo ez muy aburrido...-
-Ignorante. Acabaz de prezenziar un milagro, y ozaz burlarte de zu poder-
-Me cayo- El pobre se da cuenta de que en sus condiciones no tiene probabilidades de ganar una pelea, pone cara de circunstancias y trata de girar su cuerpo hacia otra dirección. Con un poco de suerte encontrará su otro brazo y sus piernas y podrá reconstruirse.

-Ahora, debemoz reunir fielez para nueztra cauza y acabar con todo el ruido del univerzo.


De cómo Kamuz y los otros cinco orkos consiguieron convencer a un ejército suficiente de orkos para que todos llevasen ropas naranjas y quisieran acabar con todos los ruidos del universo para poder aburrirse y pensar... es otra historia.



Guillermo Velasco. 13-10-1999
Almas de piedra

"Esta no pretende ser una aventura excepcional, ni original. Tan sólo pretende poner a prueba una faceta del ser humano que muchos hemos perdido. Para ello, he tenido que viajar años luz, para mostrar aquello por los que algunos aun luchan..."

Personajes:
Simon Hunter: Mercenario. Ex-esclavista, ahora dedicado a su propio negocio, su equipo.
Apollo Okamura: Auriga. Piloto.
Gus DiZerega: Ingeniero.
Raven Daegmorgan: Carroñero. Contrabandista.
Joseph Al-Khazraji: Diplomático. Noble.
Susan Kramer: Doctora.
Hermano Duncan: Avestita. Monje guerrero.

CAPÍTULO 1

Terraplén, siglo L. Nuestros amigos acaban de ser sacados de un buen lío. Estuvieron a punto de mezclarse con la materia del espacio, desintegrados por los contrabandistas a los que deben miles de fénix [1] ... y algo más. Ya una vez trabajasteis para el Conde Jeremiah Li-Halan, y pensó que aún podía aprovecharse de sus servicios una última vez.
Conducidos hasta la casa de Aldus Li-Halan, fueron recibidos por el mismo Duque. Allí les fue encomendada una misión de rescate. Una expedición a Grial, planeta a un solo salto de Terraplén, había sido secuestrada. El objetivo consistía en localizar el lugar donde habían sido capturados, algún lugar en medio de los bosque del abrupto planeta. La mayor recompensa sería que la casa Li-Halan pagaría sus deudas.
Simon Hunter, ex-esclavista, ahora mercenario, Apollo Okamura, auriga [2] , Gus DiZerega, ingeniero y Raven Daegmorgan, carroñero [3] , debían emprender una búsqueda, sencilla, fácil, hasta aburrida... Pero no irían solos. A sus espaldas habían sido asignados a un diplomático, de familia noble, para entablar contacto con el pueblo de Grial, cuyo nombre era Joseph Al-Khazraji, y una experimentada doctora de guerra, Susan Kramer, para cuidar de la salud de los aventureros.
El viaje transcurrió sin más problemas de los previstos. Tras un breve descanso en la estación espacial de Grial, fueron conducidos a su ciudad capital, donde serían recibidos y puestos al corriente de todo lo referente a la misión. El ambiente era extraño; la gente parecía confundida, andaban por la calle como si algo no funcionase, sus ojos parecían vacíos... como si faltase algo...
En el templo del jefe chamán de Grial, Shurash, y tras los pertinentes ritos, fueron conducidos a una sala, donde el mismo mandatario, acompañado por su fiel consejero y escolta Orff, más siete sacerdotes, y un hombre alto, totalmente cubierto de gruesos ropajes, explicaron a los recién llegados lo ocurrido en ese lugar, y el papel que los "invitados" jugarían en esta historia:
"Hace un año fueron robadas del templo unas tallas sagradas de madera, muy importantes para el pueblo, por una persona que intentó extender una secta, unas ideas contrarias a lo que siempre ha dictado la religión Gjarti, a la que esta ciudad siempre ha seguido. Tradicionalmente el chamán más anciano lega su puesto al hombre más apto para ejercer el liderazgo de esta religión. Aquella persona, una mujer, reclamó ser la elegida por los espíritus, contradiciendo los sagrados preceptos. La mujer fue expulsada, pero se llevó a varios seguidores que cayeron en su trampa.
Ahora, como burla y desafío, ha robado uno de los símbolos de nuestra tradición más ancestral. Varios intentos de recuperación acabaron con las vidas de decenas de fieles, y pedimos ayuda a la casa Li-Halan. Enviaron una expedición y también desapareció. No sabemos si están muertos, por lo que aún hay esperanza de encontrarlos, a ellos y a las tallas sagradas, y por supuesto ajusticiar a la bruja por sus pecados. Para acompañaros en vuestra búsqueda, ha sido convocado un emisario de templo de Avestas [4] , que velará por las almas de todos vosotros y por el cumplimiento de la misión."- El hombre cubierto asiente, a modo de saludo, pero ni ese gesto logró eliminar la sensación de escalofrío de sus ahora compañeros de viaje.
Shurash continuó hablando: "Se os dará un solo día para hacer los preparativos, y partiréis temprano hacia el lugar donde creemos que se encuentra escondida esa bruja".
Conducidos a sus aposentos, nuestros amigos notan en la guardia un gran recelo por los invitados. Son vigilados en todo momento. Sin lugar a dudas, estaban siendo tratados como prisioneros, y utilizados para cumplir una misión en la que no querían perder a más de los suyos, y recurrían a personas capaces, pero sin valor para ellos.
El momento llegó. Cargaron en el trasbordador todo lo pertrechado y partieron hacia el este, más allá de las altas montañas que todas las mañanas descubrían el sol azulado, que año tras año ilumina menos [5] los corazones de todos los seres de Grial. Una vez sobrepasada la cordillera, abajo se expandía el bosque más grande que ninguno de los presentes había visto en su vida. En algún lugar debía estar el escondite de esa mujer y sus seguidores. Tras varios minutos sobrevolando una maraña verde, sin resquicios para posar la nave, divisaron un claro, donde había un poblado. No dudaron un momento en elegir ese lugar para comenzar el rastreo.
Las casa estaban hechas de manera muy artesanal, aprovechando los materiales que el entorno les había dado. Los recién llegados no parecieron ser bienvenidos; tras una primera reacción de ocultación ante los intrusos, poco a poco parecían seguir los pasos de nuestros protagonistas. Supervisando detenidamente el terreno, se detectaba en el suelo rastros de desplazamiento de ruedas o surcos de objetos muy pesados que habían sido movidos a otro lugar. Alguna nave de expediciones anteriores podría haber aterrizado en ese lugar y haber sido retirada posteriormente.
El aire era limpio, el sol lo iluminaba todo. Los rastros llevaban hacia un sendero que se perdía en la profundidad del bosque, entre los enormes árboles. Había que actuar. La escolta del diplomático y los dos guerreros de Shurash se quedaron para proteger la nave. El resto, los siete restantes, dentro de un vehículo blindado, siguieron el rastro. Al cabo de unos minutos se empezaron a encontrar pedazos de naves arrojados por entre los árboles, naves medio desarmadas, cubiertas de musgo y enredaderas.
Una piedra cruzó el camino, rompiendo el silencio con un silbido, y a ésta le siguieron muchas más. Evidentemente, no era del agrado de los nativos su presencia en el lugar. La comunicación con la nave era constante, para asegurarse de que nadie estaba en peligro. Poco a poco el camino se hacía más intransitable, pero las pedradas habían dejado de sonar. Hubo un momento en el que tuvieron que abandonar el vehículo, quedando el diplomático, el ingeniero y el auriga a su cargo. La doctora, el carroñero, el avestita y el mercenario siguieron, armados hasta los dientes y con sus escudos energéticos preparados. Unos metros más allá localizaron una pequeña nave Li-Halan, y el diplomático fue informado del hallazgo. Curiosamente no olía a nada en absoluto, pero el ambiente se hacía cada vez más difícil de respirar, y tuvieron que ponerse las máscaras de aire. El terreno comenzó a descender. Los árboles se elevaban cada vez más, haciendo que desde el cielo pareciese terreno totalmente plano.
Los sensores detectaron movimiento cercano. Los inquilinos de este bosque habían salido a recibirles. Unas criaturas medio monos, medio reptiles, cayeron sobre los exploradores, que tuvieron que dispararlos con las armas bláster, derribando alguno, hasta que el resto huyó. Al avanzar unos metros, la doctora volvió la vista atrás, y creyó ver a una joven acurrucándose para curar a una de esas criaturas, pero, como si de una aparición se tratase, igual que apareció, al avisar a sus compañeros, volvió a desaparecer. Los compañeros, aunque no mostraron desconfianza, no le dieron mayor importancia y continuaron.
Quisieron localizar el camino de vuelta, pero habían perdido el rastro tras el ataque, y el localizador parecía haber sufrido un golpe y había dejado de funcionar. Ante las dos alternativas, vagar hasta encontrar el vehículo, o seguir descendiendo, eligieron ésta última opción. Al final de la pendiente, parecía haber más luz que en los alrededores. Según se acercaban, podían distinguir los reflejos de un río. Lo siguieron en dirección ascendente, hasta que comenzaron a escuchar el sonido del agua de una cascada que alimentaba a un pequeño lago. En torno a la caída de agua colgaban unos nidos construidos sobre la roca, que, por su tamaño, podrían cobijar a seres humanos. Afortunadamente, la expedición aun no había sido descubierta...
Rodearon con cuidado el lugar y comenzaron a ver personas deambular por la zona. El lugar parecía un santuario. Cerca de ahí había más casas de aspecto semejante. El jefe del grupo estimó que ya habían encontrado el lugar y podían informar de su posición por las indicaciones de las que disponían.
Regresando sobre sus pasos, unos hombres ataviados sin ningún orden, pero armados con lanzas, les detuvieron. Detrás suyo les apuntaban con primitivos arcos. Aunque la superioridad de sus armas posibilitaba la huida, la doctora anunció que ella y el diplomático tenían órdenes de no matar a nadie, a menos que sus vidas corrieran peligro. Ellos eran un señuelo, y pronto vendrían a sacarles de ahí. Aún no habían encontrado a las personas que estaban buscando, y no tenían certeza de la localización de las tallas que andaban buscando. Los hombres armados con lanzas y arcos mostraban gran temor ante los intrusos, y una voz les ordenó escoltar a los recién llegados a algún lugar.
Sin ofrecer resistencia, fueron dirigidos hasta un grupo de hombres vestidos igualmente con ropas descuidadas, pero que se distinguían de los soldados, como si pareciesen más civilizados. Paradójicamente, no había mujeres ni niños. Los cuatro invitados fueron recibidos con un saludo en terrano [6] , idioma que no habían escuchado por parte de las gentes de este lugar hasta el momento. Quienes les hablaban, sabían qué es lo que habían venido a buscar. Les pidieron que dejaran las armas, y así hicieron. Aunque ellos estaban ahora cautivos, el diplomático y el técnico tenían la posición exacta, y podían mandar a las fuerzas de Shurash y de los Li-Halan, sobre los secuestradores, y acabar con ellos.
Pero cuál fue la sorpresa, que varios de los que se dirigían ahora hacia nuestros exploradores se declararon como miembros de la antigua expedición, diciendo que habían visto a la diosa Gjarti, y habían renunciado a su misión. El avestita, parecía nervioso, como si creyera que lo que les decían fuera mentira, pues tenía seguro que todo eso era resultado del encantamiento de la mujer que andaban buscando. En un determinado momento de la conversación, paseando alrededor de un mirador que daba al lago, el avestita agarró a uno de los traidores y le hirió con una daga que ocultaba entre sus ropajes, siendo reducido por los guardias con sus afiladas, aunque rústicas lanzas.
La doctora se ofreció a curar las heridas, pidiendo perdón por la agresión, y prometiendo que tratarían de comunicar su postura a la casa Li-Halan. Tras proporcionarle un suero que tenía ubicado en cápsulas en su cinturón, el herido confesó que ellos ya habían intentado comunicarse, pero no habían obtenido respuesta aprobatoria por parte de la casa.
Cuando la situación se calmó, al cabo de unos minutos, el herido comenzó a sentirse mal y a convulsionarse. Fue llevado al interior de una caseta, y unos nativos amenazaron a la mujer con sus lanzas, ante lo que el mercenario y el explorador reaccionaron protegiéndola. Los nativos comenzaron a agitarse, murmurar e increpar en su lengua a los intrusos, y especialmente a la mujer, a la que parecían que culpaban de los dolores de su "hermano". Al cabo de unos momentos, se oyeron ruidos dentro de la caseta, y un hombre salió trastabillando, con un brazo amputado y sangrando por todos lados, gritando de dolor y de terror. El poblado se agitó a causa de la sorpresa y el pánico, y entre el desconcierto, los prisioneros fueron atacados, activando éstos los escudos de energía que les protegieron de las flechas y las lanzas. Huyeron hacia cualquier dirección, ocultándose entre los árboles.
El cielo empezó a ser cubierto por sombras, que se hicieron paso entre los árboles desintegrándolos. Habían llegado los refuerzos. Destruyeron algunas casas y tomaron posesión del lugar. Cuando todo estaba ya controlado, los exploradores regresaron y fueron recibidos por la guardia Li-Halan, felicitándoles por su labor. Habían encontrado el escondite de la secta, y habían encontrado a los desaparecidos. Ahora quedaba encontrar las tallas.
Subiendo más aún el río, otra cascada daba al manantial del río. Junto a él, un increíble monumento natural, fuera de toda concepción arquitectónica humana, parecía ser una catedral o un templo exento de artificialidad. Incluso, fijándose bien, parecía moverse ligeramente, como si estuviera vivo. En el centro, un altar, y sobre él, unas pequeñas estatuillas, aparentemente de madera, que fueron rápidamente relacionadas con las tallas que andaban buscando.
Al entrar en el recinto, la voz de una joven les detuvo: "Deteneos, pobres ignorantes. Aquello que queréis llevaros no desea abandonar este lugar. No quiere caer en malas manos, y por ello debéis iros... sin ellas."
El capitán de las fuerzas Li-Halan, prevenido ante cualquier intento de embrujo, desoyó la advertencia y mandó a sus hombres hacerse con las tallas. A pocos metros del lugar donde éstas descansan, se interpuso en su camino una criatura, mitad mujer, mitad felino, que bufó a los hombres y, ante los disparos de éstos, saltó sobre ellos, esquivando su ataque, y los desgarró, uno a uno. Su agilidad superaba la capacidad de cualquier ser vivo conocido.
La voz de la mujer volvió a advertir a los soldados: "Me duele tener que causar daño, pero no puedo permitir que os llevéis a nuestros antepasados..." Estas últimas palabras fueron apenas imperceptibles debido a los disparos blaster que la mujer-gata esquivaba. "No sigáis. No hagáis más daño. Iros antes de que sea demasiado tarde...", lloraba la voz. A pesar de su increíble destreza, finalmente la escurridiza guardiana fue impactada, cayendo en seco sobre el suelo, y dejando paso al altar donde las tallas estaban colocadas. Habían caído ocho soldados fuertemente armados, de los doce que habían subido hasta ahí. Uno de los supervivientes metió las tallas rápidamente en una bolsa que habían traído para la ocasión, pero cuando se volvieron para salir del cada vez más tétrico lugar, se encontraron con que las tallas que acababan de meter en la bolsa les cortaba el paso. La bolsa, ahora... ¡estaba vacía!
El miedo recorrió las venas de los soldados. Sin intentar encontrar una explicación para lo que acababa de ocurrir, intentaron encontrar otra salida, pero, allá donde iban, las tallas les tapaba la escapatoria, no eran de más de medio metro de alto, pero su simple presencia, inexpresiva y amenazadora, causaba terror. Intentaron destruirlas, pero según las hacían pedazos, varios pasos más alante, volvían a estar ahí. Mientras las miraban, aterrados, no se movían en absoluto, pero cada vez que apartaban la mirada, las tallas volvían a aparecer más cerca...
Al cabo de varios intentos, los soldados que quedaban, al borde de un ataque de histeria, se encontraron ante la única salida que el edificio viviente les dejó: un precipicio hacia el vacío. El viento se estrellaba contra el muro de roca bajo sus pies. Las tallas, a cada momento, parecían estar más cerca... Tres de ellos, antes de que las tallas acabasen por arrojarles, se tiraron voluntariamente. El último, llorando de terror. No tuvo valor... e intentó gritar... pero nada salió de su garganta.
Fin de este capítulo...

Guillermo Velasco, Collado Villalba, 9-3-2002, 4:18 de la madrugada.


NOTAS:
[1] Fénix: Nombre de moneda utilizada por el Imperio en el siglo L. De la era del Pancreator. Tiene como particularidad el hecho de que puede dividirse en cuatro partes.
[2] Auriga: Piloto de nave espacial.
[3] Carroñero: Nombre dado al gremio de los contrabandistas espaciales.
[4] Templo de Avestas: Nombre de la sede y del culto de los Avestitas, creyentes que luchan por los medios más violentos, pero a veces los únicos efectivos, por mantener la Fe (imagínense la Inquisición en el futuro…)
[5] Soles Exhaustos: En el sistema solar donde transcurren esta y billones de historias más, y en el resto de los sistemas, las estrellas que los iluminan están muriendo, debilitándose. Esto ha traido la creencia de que el Fin está cerca, llevando a los creyentes a términos extremos.
[6] Terrano: Lenguaje común utilizado en la mayor parte del Imperio civilizado.
Si tienes alguna otra duda, escríbeme a: donguijote@gmail.com
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